Los primeros fuegos

Bucólicas

A veces lo mejor de un paseo por la naturaleza son las ganas de volver a casa.

I

Salimos unos días de la ciudad. El fin de semana de descanso empieza difícil. M se siente mal y vomita en el auto. La ruta está cargada, tomás un atajo que sugiere el GPS pese a mis reparos,  y terminamos en un camino de ripio. Desde el asiento de atrás con M sobre las piernas te odio con una intensidad que desconocía. Quiero gritarte cosas horribles, quiero desatar un vendaval furioso. Quiero bajarme del auto y llevarme a M. Desde el asiento de adelante, más en serio que en chiste, decís que cuando lleguemos te vas a tomar un balde de calmantes. Te odiás a vos mismo más de lo que te odio yo. Tu odio contiene al mío. Quisiera poder consolarte, pero solo logro no decirte nada hiriente. Lo considero una victoria.

El camino está en mal estado y avanzamos lento. Afuera, el paisaje es la representación de la primavera. Adentro los tres sufrimos el sol en la cara y el traqueteo del auto. Para distraer a M le hablo del paisaje. Le cuento sobre las flores silvestres, mayormente amarillas, agrego que suelen ser de ese color porque es el que más atrae a los insectos. Puede que esa información no sea cierta, pero a M le gusta y habla de las abejas y las mariposas. Te sumás a la charla para hacernos perseguir con la mirada animales que quizás estés inventando para él. El tiempo transcurre lento, aun así, eventualmente el camino de tierra se termina.

Llegamos a destino tarde y cansados, la familia nos recibe con abrazos y risas, M completamente recuperado corre por el jardín de la casa y parece feliz. El desvío empieza convertirse en una anécdota de la que reírnos, pero antes, vos y yo nos abrazamos muy fuerte y lloramos apenas. Por suerte esta vez no perdimos el camino.

II

En el campo, le enseño a M las cosas que sé. Lo hago ver a la lechucita vizcachera cuidando su nido, lo prevengo sobre la agresividad de los teros, le enseño el nombre de los ríos y le explico las características del paisaje. Mi saber es impostado, no conozco este lugar más que en los libros. Él no confía en mi palabra y me hace leer los carteles, que repiten lo mismo que dije antes. Manejamos las mismas fuentes. Yo quisiera que él tenga otro saber, uno distinto al mío, uno de la experiencia y del contacto con la vida.

Más tarde trato de leer, pero M está aburrido y se enoja con el viento que le llena los ojos de tierra. Para sacudirle el mal humor, lo llevo a juntar flores que crecen en el pasto. Hacemos un ramito y se lo regalamos a la primera persona que nos dice que es hermoso. Le enseño a absorber el néctar de unas flores y jugamos a ser colibríes y abejitas que, de alguna manera, terminan en una batalla.

A la mañana siguiente, M me regala una flor que arrancó para mí. Para preservarla la guardo donde están las cosas que realmente me importan, entre las páginas de un libro.

III

La última tarde bajamos al río. M no está de acuerdo, no lo conoce y le teme. Trata de convencernos de quedarnos en el jardín, de ir a la plaza. Naturaleza controlada y contenida que le es familiar. Nosotros queremos mostrarle el mundo.

La arena lo convence rápido, enseguida mete los pies en el agua y es uno con el río. Le enseño a elegir piedras para tirar, practicamos juntos hacer sapito y no nos sale, pero es motivo de risas y aplausos. 

Le gusta ese río manso de primavera, tan distinto del mar furioso que conoce. Le gusta la arena gruesa, ver la otra orilla, las olitas tímidas como de juguete y el silencio poblado de pájaros. Me pregunta si en verano se puede nadar y le digo que sí, que es tibio y suave y que te refresca y te acuna. No le digo que unos pasos más adentro la arena se hace barro, ya lo aprenderá cuando se le hundan los pies en esa masa oscura, pegajosa y llena de ramitas.

Aprovecho para sacarle unas fotos en las que se lo ve de perfil y de espaldas jugando con un palo que encontró. Tienen demasiado zoom y están descentradas porque a su lado toma sol una pareja que no incluyo en el cuadro. En la imagen son solo él y el río.

La tarde se pone ventosa y una ráfaga trae un enjambre de bichos negros que en mi saber de entomóloga paranoica son tábanos. Corro a proteger a mi niño, sin muchas explicaciones lo alzo y me lo llevo lejos de la orilla, lejos del río y sus peligros. Es hora de irnos, suficiente mundo por hoy.

IV

Ya en la ciudad lo llevo a M a pasear al parque. Como si fuera otra época, nos encontramos con su amiga y la tarde se vuelve una fiesta. En el camino de vuelta voy entreteniendo a los chicos con los árboles y las plantas que encontramos. A ellos les gustan las hojas del gomero que juntan para hacer abanicos, yo les hago cisnes de flor de ceibo y les cuento que es nuestra flor nacional y que tiene una leyenda que finjo que no recuerdo. Más adelante encontramos un árbol que tiene flores en forma de orugas y jugamos a asustarnos. M y su amiga levantan flores de jarcarandá que las madres acompañamos desafinando la canción. 

Casi al final, la amiga de M se escapa corriendo y no quiere frenar. El acto de escapismo termina con las hojas y flores en el piso, la madre furiosa y la niña castigada. Cuando nos separamos, le regalo a M un chupetín como premio solo por no asustarme. Una vez en casa, depositamos los tesoros  en una maceta. M y yo nos tiramos a ver dibujitos en el sillón. La vida en la naturaleza nos agota.

Eugenia Sánchez Mariño (@maestrakrabappel) nació nació en 1980 en Buenos Aires. Es licenciada en Letras, profesora de Lengua y Literatura (UBA) y Especialista en Lectura, Escritura y Educación (FLACSO). Trabaja como docente en escuela media y en la universidad. Además, es editora y autora de libros de texto. Siempre le gustó escribir y participó de varios talleres de escritura. En Los primeros fuegos también podés encontrar su poemario Muy nuevo en este mundo

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